Entonces
La primera vez que vi al padre de
Rachel y Lena lo supe: supe que
me casaría con él, supe que me
enamoraría de él. Supe que él nunca
me amaría de vuelta, y a mí no me
importaría.
Imagínenme: diecisiete, delgada,
asustada.
Fue en la esquina de Linden y Adam en
que lo vi. Corrí hacia él, en
realidad; lo vi salir delante de mí,
con las manos alzadas, gritando
“¡Espera!” Traté de esquivarlo,
perdí pie, tropecé directo en sus brazos.
Estaba tan cerca, podía ver la nieve
atrapada en sus pestañas, olí la
lana húmeda de su abrigo y la aspereza
de después de afeitar, vi donde
no alcanzó la barba en su barbilla.
Tan cerca que la cicatriz del
procedimiento en su cuello lucía como
un destello blanco minúsculo.
Nunca había estado tan cerca de un
muchacho antes.
Los soldados detrás de mí seguían
gritando “¡Detente!” y “¡Sosténgala!”
y “¡No deje que se vaya!” Nunca
olvidaré la forma en que me miró
curiosamente, casi divertido, como si
yo fuera una extraña especie de
animal en un zoológico.
Entonces: me dejó ir.
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