A pesar de que apenas he dejado de
pedalear, mi corazón late tan fuerte
en mi garganta, que siento que
estallará fuera de mi boca si intento
decir una palabra. He evitado pensar en
Steve toda la noche, pero ahora,
mientras me acerco, no puedo evitarlo.
Tal vez él estará aquí esta noche.
Quizás, quizás, quizás. La idea ––el
pensar en él–– fluye en mi
conciencia, volviéndose existente. No
hay represión.
A medida que me bajo de la bicicleta,
instintivamente busco a tientas en
el bolsillo trasero y siento la nota
que he estado llevando a todas partes
en las últimas dos semanas, después
de que la encontrara doblada en la
parte superior de mi bolsa de playa.
Me gusta tu sonrisa. Quiero conocerte.
Sesión de Estudio esta noche,
ciencias de la tierra. Tienes con el
Sr. Roebling, ¿verdad?
-SH
Steve y yo nos habíamos visto en
algunas de las fiestas clandestinas de
principios de verano, y una vez casi
hablamos después de que yo chocara
contra él y salpicara un poco de soda
en su zapato. Y luego, durante el
día, empezamos a cruzarnos el uno al
otro: en la calle, en Eastern Prom.
Él siempre levantaba sus ojos hacia
los míos y, sólo por un segundo, me
dedicaba una sonrisa. Ese día ––el
día de la nota–– Pensé que lo vi guiñar
un ojo. Pero estaba con Lena, y él
estaba con sus amigos en la sección de
chicos en la playa. No había manera de
que él se acercara y hablara
conmigo. Todavía no sé cómo se las
arregló para colar la nota en mi bolsa,
debió haber esperado hasta que la
playa estuviese casi vacía.
Su mensaje también era un código. La
‘sesión de estudio’ era una
invitación a un concierto, ‘ciencias
de la tierra’ significa que se celebraría
en uno de las granjas ––la granja
Roebling, para ser exactos.
Esa noche abandonamos el concierto y
salimos a la mitad de un campo
vacío, nos colocamos uno al lado del
otro en la hierba con nuestros
codos tocándose, mirando las
estrellas. En un momento, él deslizo un
diente de león desde mi frente hasta
mi mentón, y luché contra el
desesperado y nervioso impulso de reír.
Esa fue la noche en que él me beso.
Mi primer beso. Un nuevo tipo de beso,
como el nuevo tipo de música
que continuaba reproduciéndose, en voz
baja, a la distancia ––salvaje y
arrítmico, desesperado. Apasionado.
Desde entonces, he logrado verlo sólo
dos veces y las dos veces fueron
en público y no podíamos hacer nada
más asentir el uno al otro. Es peor,
creo, que no verlo en absoluto. Eso,
también, es una comezón ––el
deseo de verlo, de besarlo otra vez,
permitirle meter sus dedos en mi
cabello–– es una monstruosa y
constante sensación, arrastrándose en
mi sangre y en mis huesos.
Es peor que una enfermedad. Es un
veneno.
Y me gusta.
Si él está aquí esta noche –«por
favor, permítele estar aquí esta noche»–
voy a besarlo de nuevo.
Él tiene que estar aquí.
Escaneo las caras de los chicos, con la
esperanza de que Steve esté
entre ellos. Él no está.
-Te ayudara a relajarte.
-No necesito...- empiezo a decir, pero
entonces siento unas manos en mi
cintura, y mi mente se queda en blanco,
y me encuentro a mí misma
sin la intención de girar.
-Hola,- me dice Steve.
El segundo en que me lleva a procesar
que él está aquí, y es real, y que
está hablándome, él se inclina y
presiona su boca en la mía. Esta es sólo
la segunda vez que me han besado, y
tengo un momento de pánico
cuando me olvido de lo que se supone
debo hacer. Siento su lengua en
mi boca presionando y salto,
sorprendida, derramando un poco de mi
bebida. Él se aleja riendo.
-¿Feliz de verme?- Pregunta.
-Hola, para ti también,- le digo. Aún
puedo sentir su lengua en mi
boca – él ha estado bebiendo algo
amargo. Tomo otro sorbo de mi
bebida.
Él se inclina y pone su boca justo en
mi oreja. -Tenía la esperanza
de que vinieras,- dice en voz baja. El
calor atraviesa mi pecho.
-¿En serio?- Digo yo. Él no responde,
toma mi mano y me saca de la
cocina. Me doy la vuelta para decirle a
Angélica que voy a regresar,
pero ella ya ha desaparecido.
-¿A dónde vamos?- Le pregunto,
tratando de parecer despreocupada.
-Es una sorpresa,- dice.
Nos movemos a través de una amplia
sala llena de más personas-sombras,
más velas, más formas parpadeantes en
la pared. Pongo mi copa en el
brazo de un sofá raído.
En el otro extremo de la habitación
está una tosca puerta de madera.
Steve se apoya en ésta y salimos a un
porche aún más desolador que
la parte delantera. Alguien ha colocado
un farol aquí –– ¿tal vez
Steve?–– iluminando las enormes
lagunas entre los listones de madera,
lugares donde la madera se ha podrido
completamente.
-Cuidado,- dice cuando estoy a punto de
perder el equilibrio y hundirme
a través de una madera podrida.
-Lo tengo,- le digo, pero estoy
agradecida de que él apriete su agarre en
mi mano. Me digo que esto es lo que
quería, lo que esperaba para esta
noche, pero de alguna manera el
pensamiento sigue deslizándose lejos.
Él agarra el farol antes de que
bajemos del porche y la lleva,
columpiándola, en su mano libre.
Atravesamos un tramo cubierto de
césped, la hierba está alta y cubierta
con humedad, llegamos a un mirador
pequeño, pintado de blanco y
forrado con bancos. En algunos lugares,
las flores silvestres han
comenzado a abrirse paso a través de
las tablas del suelo. Steve me
ayuda a subir ––está elevado a
unos pocos metros por encima del suelo,
porque si hubo escaleras en algún
momento, ya no estaban ahora–– y
luego me sigue.
Compruebo uno de los bancos. Parece
bastante robusto, así que me
siento. Los grillos cantan, trémulos y
constantes, y el viento lleva el
olor de la tierra húmeda y de las
flores.
-Esto es hermoso,- le digo.
Steve se sienta a mi lado. Soy
incómodamente consciente de que cada
parte de nuestra piel está en
contacto: rodillas, codos, antebrazos. Mi
corazón comienza a latir fuerte, y una
vez más estoy teniendo
problemas para respirar.
-Tú eres hermosa,- dice. Antes de que
pueda reaccionar, él encuentra
mi barbilla con su mano y me inclina
hacia él, y luego nos besamos otra
vez. Esta vez, recuerdo devolver el
beso, de mover mi boca contra la
suya, y no estoy tan sorprendida cuando
su lengua se encuentra dentro
de mi boca, a pesar de que la sensación
sigue siendo extraña y no
totalmente agradable. Él está
respirando con dificultad, retorciendo
sus dedos en mi pelo, así que creo que
debe estar disfrutando –debo
estar haciéndolo correctamente.
Sus dedos rozan mi muslo, y luego,
lentamente, baja la mano, comienza
a masajear el muslo, hacia arriba hasta
mis caderas. Todos mis
sentimientos, mi concentración, fluye
hacia abajo a ese lugar y a la forma
en que mi piel se siente, como ésta
arde en respuesta a su contacto. Esto
tiene que ser deliria. ¿Cierto? Así
es como debe sentirse el amor, lo que
todo el mundo me ha advertido. Mi mente
da vueltas inútilmente, y estoy
tratando de recordar los síntomas de
los deliria que figuran en el Manual
de FSS, mientras la mano de Steve se
mueve más arriba y su respiración
se vuelve aún más desesperada. Su
lengua está tan profunda en mi boca
que me preocupa que pueda ahogarme.
De repente todo lo que puedo pensar es
en una línea del Libro de las
Lamentaciones: «no todo lo que brilla
es oro, e incluso los lobos
pueden sonreír, y los tontos serán
guiados con promesas hasta su
muerte.»
-Espera,- le digo, alejándome de él.
-¿Qué pasa?- Steve recorre con el
dedo desde mi pómulo hasta mi
barbilla. Sus ojos están puestos en mi
boca.
Preocupación, dificultad para
concentrarse. Un síntoma vuelve a mí
por fin.
-¿Piensas en mí?- yo suelto. -Quiero
decir, ¿has pensado en mí?-
-Todo el tiempo.- Su respuesta viene
rápida y fácilmente. Esto debería
hacerme feliz, pero me siento más
confundida que nunca. De alguna
manera siempre me había imaginado que
iba a saber si la enfermedad
estaba echando raíces ––que iba a
sentir instintivamente, un cambio
profundo en mi sangre. Pero esto es
simplemente tensión y ansiedad
triturante, y el estallido ocasional de
buenos sentimientos.
-Relájate, Hana,- dice. Me besa el
cuello, mueve su boca a mi oído, y
yo trato de hacer lo que dice y dejar
que la calidez viaje de mi pecho
a mi estómago. Pero no puedo detener
las preguntas, éstas aumentan,
presionando muy de cerca en la
oscuridad.
-¿Qué va a pasar con nosotros?- Digo
yo.
Él se aleja, con un suspiro, y se
frota los ojos. -No sé lo que - comienza,
y luego se interrumpe con una pequeña
exclamación. -¡Santa mierda!
Mira, Hana. Luciérnagas-.
Me giro a la dirección en que él está
mirando.
De la nada, siento una fuerte oleada de
esperanza, y me encuentro a mí
misma riendo. Alcanzo su mano y aprieto
los dedos alrededor de los
suyos.
-Tal vez sea una señal,- Digo.
-Tal vez,- dice, y se inclina para
besarme de nuevo, y por lo tanto
mi pregunta de « ¿Qué va a pasar con
nosotros?» queda sin respuesta.
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