Me muevo con torpeza al baño, me
cepillo los dientes y salpico agua
sobre mi cara. A medida que me
enderezo, lo veo: una mancha
azul-morado en el cuello justo debajo
de mi oreja derecha, una
constelación de pequeños moretones y
capilares rotos.
No lo creo. Él me dio un Beso del
Diablo.
Me apliqué capas de maquillaje hasta
que el beso no fue más que una
débil mancha azul en mi piel, y luego
arreglé mi pelo en un moño
desordenado anudado a un, lado justo
detrás de mi oreja derecha. Voy
a tener que ser muy cuidadosa en los
próximos días; estoy luciendo
una marca de la enfermedad. La idea es
a la vez emocionante y
aterradora.
Necesito ver a Lena. Necesito hablar
con ella, contarle todo, decirle
acerca de Fred Hargrove, quien antes ya
ha tenido una asignación
de emparejamiento, de la obsesión por
desyerbar de la madre de él,
de Steve Hilt, del Beso del Diablo, y
de Sarah Sterling.
Esto lo hará más difícil, mucho más
difícil, para mí, para Steve, para
todos nosotros. Quinientos dólares es
mucho dinero para la mayoría
de la gente en estos días –la
cantidad de dinero que la gente no hace
en una semana.
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