Cada mañana me froto corrector sobre
el Beso del Diablo en mi cuello,
hasta que finalmente se dispersa y se
disuelve, dejándome tanto aliviada
como triste. No había visto a Steve
Hilt en ningún lado—ni en la playa,
ni en Back Cove, ni por el Puerto
Viejo
Esta noche iré a otra fiesta en
Deering Highlands con Angélica. Steve
estará ahí.
La nota de Steve llegó esta mañana
dentro de un anuncio enrollado en
el que se leía:
Pizza Clandestina— ¡Gran apertura
ESTA NOCHE!
el cual había sido metido por una de
las estrechas figuras de nuestra
verja. La nota solo contenía tres
palabras—Por favor, anda—e incluía
solo sus iniciales, suponiendo el caso
de que haya sido descubierto por
mis padres o un regulador, ninguno de
nosotros estaría implicado. En
la parte de atrás del anuncio había
un mapa toscamente dibujado
mostrando solo el nombre de una sola
calle: Tanglewild Lane, también
en Deering Highlands.
Empiezo a moverme al cuarto central,
pensando que iré arriba, cuando
veo a Steve parado en la esquina, con
los ojos medio cerrados y el
rostro iluminado de color rojo por un
pequeño cúmulo de luces en
miniatura que están enrolladas en el
suelo y conectadas, de alguna
manera, a una corriente—probablemente
la mismo que está propulsando
los amplificadores en el cuarto
central.
Mientras empiezo a ir hacia él, me ve.
Por un segundo, en su cara no se
registra ningún cambio de expresión.
Luego me acerco al círculo
limitado de tenue luz, y él sonríe.
Dice algo, pero su cara es tragada
por un sonido de crescendo mientras los
dos guitarristas golpean
furiosamente en sus instrumentos.
Ambos avanzamos simultáneamente,
cerrando los últimos pasos
entre nosotros. Él curva su brazo
alrededor de mi cintura, y sus dedos
rozan la piel expuesta entre mi blusa y
la pretina, emocionante y sexy.
Voy a apoyar mi cabeza sobre su pecho
al mismo tiempo que él se
inclina para besarme, así que termina
plantando sus labios en mi
frente. Entonces, mientras levanto mi
cabeza y él se encorva para
intentar de nuevo, golpeo mi cabeza
contra su nariz. Él retrocede,
haciendo un gesto de dolor, llevando
una mano hacia su cara.
-Oh, Dios mío. Lo siento mucho- La
música es tan fuerte, que ni siquiera
puedo escuchar mi propia disculpa. Mi
cara está colorada. Pero cuando
él quita la mano de su nariz, está
sonriendo. Esta vez, él se inclina
lentamente, con un cuidado exagerado,
haciendo una broma de ello - él
me besa con cautela, desliza su lengua
suavemente entre mis labios.
Puedo sentir la música vibrando en los
pocos centímetros entre nuestros
pechos, batiendo mi corazón en un
frenesí. Mi cuerpo está tan lleno de
calor, que me preocupa que se vuelva
líquido –me derretiré; me
colapsaré en él.
Sus manos masajean mi cintura y luego
pasan a mi espalda, apretándome
más cerca. Siento la punzada de la
hebilla de su cinturón contra mi
estómago, e inhalo con fuerza. Él
muerde suavemente mi labio –no
estoy segura de si se trata de un
accidente. No puedo pensar, no puedo
respirar. Hace demasiado calor,
demasiado ruido, estamos muy cerca.
Trato de alejarme, pero él es
demasiado fuerte. Sus brazos se tensan a
mi alrededor, me mantiene presionada a
su cuerpo y sus manos se
deslizan por mi espalda otra vez, sobre
los bolsillos de mis pantalones
cortos, encuentran mis piernas
desnudas. Sus dedos recorren el interior
de mis muslos y mi mente parpadea hacia
esa habitación de casi llena de
ropa interior, todas colgando
lánguidamente en la oscuridad, como
globos desinflados, como los restos de
la mañana siguiente de una
fiesta de cumpleaños.
-Espera.- Pongo las dos manos sobre su
pecho y lo empujo con fuerza de
inmediato. Él tiene la cara roja y
sudada. Sus flequillos están aplastados
contra su frente. -Espera,- le digo
otra vez. -Necesito hablar contigo.-
No estoy segura de si él me escucha.
El ritmo de la música aún está
vibrando por debajo de mis costillas, y
mis palabras son sólo otra
vibración patinando a su lado. Él
dice algo –una vez más, indescifrable–
y tengo que inclinarme hacia delante
para escucharle mejor.
-¡Dije, que quiero bailar!- Grita. Sus
labios chocan contra mi oído, y
siento el suave mordisco de sus dientes
de nuevo. Yo salto y me alejo
rápidamente, luego me siento culpable.
Asiento y sonrío para
demostrarle que está bien, podemos
bailar.
Bailar, también, es nuevo para mí.
El tipo de baile que he conocido es
todo sobre reglas: patrones, dominio,
y maniobras complicadas. Pero mientras
Steve me acerca a la banda,
todo lo que puedo ver es una masa
frenética de gente hirviendo y
retorciéndose, al igual que una
serpiente de mar de muchas cabezas,
moviéndose, agitando los brazos,
golpeando los pies, saltando. No
hay reglas, sólo energía
Hay manos sobre mi cuerpo –¿las de
Steve?– agarrándome, pulsando
el ritmo en mi piel, recorriendo
lugares que nadie ha tocado –y cada
toque es como otro pulso de oscuridad,
venciendo la suavidad en mi
cerebro, golpeando pensamientos
racionales en una niebla densa.
Soy energía y ruido y un latido de
corazón yendo bum, bum, bum,
haciéndose eco delos tambores. Y
aunque Steve está a mi lado, y
luego detrás de mí, atrayéndome
hacia él, besando mi cuello y
explorando mi estómago con sus dedos,
casi no puedo sentirlo.
Luego, Steve me está alejando de la
banda y me lleva a una de las
habitaciones más pequeñas que se
desvían de esta. El primer cuarto,
el cuarto con los colchones y el sofá,
está lleno. Mi cuerpo todavía
se siente lejanamente unido a mí,
torpe, como si yo fuera una
marioneta sin usar caminando por su
cuenta. Tropiezo con una pareja
besándose en la oscuridad.
Antes de que pueda decir que está
bien, ella se acerca y me empuja
hacia atrás.
Tropiezo contra Steve. Él me
estabiliza, se inclina para susurrar en
mi oído.
-¿Estas bien, princesa? ¿Demasiadas
bebidas?-
Obviamente, él no lo ha visto. O tal
vez sí –pero no conoce a Angélica,
así que no le importará.
Tengo la tentación de volver atrás y
buscarla, pero Steve ya me ha
empujado a otra habitación pequeña,
está vacía a excepción de la
pila colmada de muebles rotos, que con
el tiempo se ha roto por los
actos de vandalismo. Antes de que pueda
hablar, él me aprieta contra
la pared y comienza a besarme. Puedo
sentir el sudor de su pecho,
filtrándose a través de su camiseta.
Él empieza a levantar mi camisa.
-Espera.- Me las arreglo para alejar mi
boca de la suya. Él no responde.
Él encuentra mi boca de nuevo y
desliza sus manos hacia mi caja
torácica. Trato de relajarme, pero
todo lo que aparece en mi cabeza es
una imagen de los tendederos de ropa
pesados con sostenes y ropa interior.
-Espera,- le digo otra vez. Esta vez lo
esquivo y me las arreglo para poner
espacio entre nosotros. La música está
amortiguada aquí, y vamos a ser
capaces de hablar. -Tengo que
preguntarte algo.-
-Cualquier cosa que quieras.- Sus ojos
todavía están en mis labios. Eso
me esta distrayendo. Me alejo de él
aún más lejos.
Mi lengua de repente se siente
demasiado grande en mi boca. -¿Tú
me... yo te gusto?- En el último
segundo, no me atrevo a preguntarle
lo que realmente quiero saber: ¿Tú me
amas? ¿Así es como se siente
el amor?
Él se ríe. -Por supuesto que me
gustas, Hana.- Él extiende su mano
para tocar mi cara, pero me alejo una
pulgada. Entonces, tal vez dándose
cuenta de que la conversación no sera
rápida, suspira y se pasa la mano
por el pelo. -¿De todos modos, de qué
se trata esto?-
-Tengo miedo,- dejo escapar. Sólo
cuando lo digo es que me doy cuenta
de cuán cierto es: El miedo me está
estrangulando, asfixiándome. No
sé lo que es más de aterrador: el
hecho de que lo descubrí, que me veré
obligada a volver a mi vida normal, o
la posibilidad de que no lo haga.
-Quiero saber lo que va a pasar con
nosotros.-
De repente, Steve se pone muy quieto.
-¿A qué te refieres?-, pregunta
con cautela. Ha habido una breve pausa
entre canciones, y ahora la
música se pone en marcha de nuevo en
la habitación de al lado,
frenética y discordante.
-Me refiero a cómo nosotros
podemos...- yo trago. -Quiero decir, yo
voy a ser curada en el otoño.-
-Correcto.- Él esta mirando hacia mis
lados, con desconfianza, como
si yo estuviera hablando en otro idioma
y él sólo pudiera identificar
unas pocas palabras a la vez. -Igual
que yo.-
-Pero entonces nosotros no...- Me
desvanezco. Tengo la garganta en
un nudo. -¿No quieres estar conmigo?-
Le pregunto finalmente.
En ese momento, él se suaviza. Da un
paso hacia mí otra vez, y antes
de que tenga la oportunidad de
relajarme, el mete sus manos en mi
cabello. -Por supuesto que quiero estar
contigo,- dice, inclinándose
para susurrar las palabras en mi oído.
Él huele a una mezcla de
aftershave y sudor.
Me toma un esfuerzo enorme el alejarlo.
-No me refiero a aquí,- le
digo. -No quiero decir así.-
Vuelve a suspirar y da unos pasos lejos
de mí. Puedo notar que he
empezado a molestarlo. -¿Cual es el
problema aquí?- pregunta. Su
voz algo dura, vagamente aburrida.
-¿Por qué no puedes simplemente
relajarte?
Ahí es cuando me doy cuenta. Es como
si mis entrañas hubiesen sido
aspiradas y todo lo que queda es una
sólida roca de certeza: Él no me
ama. Él no se preocupa por mí. Esto
ha sido más que diversión para
él: un juego prohibido, como un niño
tratando de robar galletas antes
de la cena. Tal vez tenía la esperanza
de que lo dejara bailar en mi
ropa interior. Tal vez él tenía la
intención de colocar mi sujetador al
lado de los otros, como una señal de
su triunfo secreto.
Me he estado engañando todo este
tiempo.
-No te molestes.- Steve debe sentir que
ha hecho el movimiento
equivocado. Su voz se vuelve suave otra
vez, melodiosa. Él se
acerca a mí de nuevo. -Eres tan
bonita.
-No me toques..- Yo salto hacia atrás
y golpeo accidentalmente
la cabeza contra la pared. Miles de
estrellas explotan en mi visión.
Steve pone una mano sobre mi hombro.
-Oh, mierda, Hana. ¿Estas
bien?
-Dije, que no me toques.- Lo empujo
pasando a su lado, entrando
al cuarto de al lado, que ahora está
tan lleno de gente que apenas
puedo abrirme paso hacia las escaleras.
Oigo a Steve llamarme sólo
una vez. Después de eso, se da por
vencido o su voz es ahogada
por el ondulante mar de sonido.
Lucho contra la corriente de cuerpos,
que fluye fuerte hacia la ventana,
con la promesa de escapar, y me lanzo a
la habitación de al lado. Es
donde yo estaba con Steve y le pregunté
si me quería hace sólo cinco
minutos, aunque parecía como un sueño
de hace mucho tiempo atrás.
Tampoco valía la pena –las noches de
calor, sudor, dejar que Steve me
besara, bailar– todo ha ascendido a
nada. Sin sentido.
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