26 noviembre, 2017

C.4_Hana (Steve & Hana) Lauren Oliver


Cada mañana me froto corrector sobre el Beso del Diablo en mi cuello,
hasta que finalmente se dispersa y se disuelve, dejándome tanto aliviada
como triste. No había visto a Steve Hilt en ningún lado—ni en la playa,
ni en Back Cove, ni por el Puerto Viejo

Esta noche iré a otra fiesta en Deering Highlands con Angélica. Steve
estará ahí.

La nota de Steve llegó esta mañana dentro de un anuncio enrollado en
el que se leía:
Pizza Clandestina— ¡Gran apertura ESTA NOCHE!
el cual había sido metido por una de las estrechas figuras de nuestra
verja. La nota solo contenía tres palabras—Por favor, anda—e incluía
solo sus iniciales, suponiendo el caso de que haya sido descubierto por
mis padres o un regulador, ninguno de nosotros estaría implicado. En
la parte de atrás del anuncio había un mapa toscamente dibujado
mostrando solo el nombre de una sola calle: Tanglewild Lane, también
en Deering Highlands.

Empiezo a moverme al cuarto central, pensando que iré arriba, cuando
veo a Steve parado en la esquina, con los ojos medio cerrados y el
rostro iluminado de color rojo por un pequeño cúmulo de luces en
miniatura que están enrolladas en el suelo y conectadas, de alguna
manera, a una corriente—probablemente la mismo que está propulsando
los amplificadores en el cuarto central.
Mientras empiezo a ir hacia él, me ve. Por un segundo, en su cara no se
registra ningún cambio de expresión. Luego me acerco al círculo
limitado de tenue luz, y él sonríe. Dice algo, pero su cara es tragada
por un sonido de crescendo mientras los dos guitarristas golpean
furiosamente en sus instrumentos.
Ambos avanzamos simultáneamente, cerrando los últimos pasos
entre nosotros. Él curva su brazo alrededor de mi cintura, y sus dedos
rozan la piel expuesta entre mi blusa y la pretina, emocionante y sexy.
Voy a apoyar mi cabeza sobre su pecho al mismo tiempo que él se
inclina para besarme, así que termina plantando sus labios en mi
frente. Entonces, mientras levanto mi cabeza y él se encorva para
intentar de nuevo, golpeo mi cabeza contra su nariz. Él retrocede,
haciendo un gesto de dolor, llevando una mano hacia su cara.
-Oh, Dios mío. Lo siento mucho- La música es tan fuerte, que ni siquiera
puedo escuchar mi propia disculpa. Mi cara está colorada. Pero cuando
él quita la mano de su nariz, está sonriendo. Esta vez, él se inclina
lentamente, con un cuidado exagerado, haciendo una broma de ello - él
me besa con cautela, desliza su lengua suavemente entre mis labios.
Puedo sentir la música vibrando en los pocos centímetros entre nuestros
pechos, batiendo mi corazón en un frenesí. Mi cuerpo está tan lleno de
calor, que me preocupa que se vuelva líquido –me derretiré; me
colapsaré en él.
Sus manos masajean mi cintura y luego pasan a mi espalda, apretándome
más cerca. Siento la punzada de la hebilla de su cinturón contra mi
estómago, e inhalo con fuerza. Él muerde suavemente mi labio –no
estoy segura de si se trata de un accidente. No puedo pensar, no puedo
respirar. Hace demasiado calor, demasiado ruido, estamos muy cerca.
Trato de alejarme, pero él es demasiado fuerte. Sus brazos se tensan a
mi alrededor, me mantiene presionada a su cuerpo y sus manos se
deslizan por mi espalda otra vez, sobre los bolsillos de mis pantalones
cortos, encuentran mis piernas desnudas. Sus dedos recorren el interior
de mis muslos y mi mente parpadea hacia esa habitación de casi llena de
ropa interior, todas colgando lánguidamente en la oscuridad, como
globos desinflados, como los restos de la mañana siguiente de una
fiesta de cumpleaños.
-Espera.- Pongo las dos manos sobre su pecho y lo empujo con fuerza de
inmediato. Él tiene la cara roja y sudada. Sus flequillos están aplastados
contra su frente. -Espera,- le digo otra vez. -Necesito hablar contigo.-
No estoy segura de si él me escucha. El ritmo de la música aún está
vibrando por debajo de mis costillas, y mis palabras son sólo otra
vibración patinando a su lado. Él dice algo –una vez más, indescifrable–
y tengo que inclinarme hacia delante para escucharle mejor.
-¡Dije, que quiero bailar!- Grita. Sus labios chocan contra mi oído, y
siento el suave mordisco de sus dientes de nuevo. Yo salto y me alejo
rápidamente, luego me siento culpable. Asiento y sonrío para
demostrarle que está bien, podemos bailar.
Bailar, también, es nuevo para mí.

El tipo de baile que he conocido es todo sobre reglas: patrones, dominio,
y maniobras complicadas. Pero mientras Steve me acerca a la banda,
todo lo que puedo ver es una masa frenética de gente hirviendo y
retorciéndose, al igual que una serpiente de mar de muchas cabezas,
moviéndose, agitando los brazos, golpeando los pies, saltando. No
hay reglas, sólo energía

Hay manos sobre mi cuerpo –¿las de Steve?– agarrándome, pulsando
el ritmo en mi piel, recorriendo lugares que nadie ha tocado –y cada
toque es como otro pulso de oscuridad, venciendo la suavidad en mi
cerebro, golpeando pensamientos racionales en una niebla densa.

Soy energía y ruido y un latido de corazón yendo bum, bum, bum,
haciéndose eco delos tambores. Y aunque Steve está a mi lado, y
luego detrás de mí, atrayéndome hacia él, besando mi cuello y
explorando mi estómago con sus dedos, casi no puedo sentirlo.

Luego, Steve me está alejando de la banda y me lleva a una de las
habitaciones más pequeñas que se desvían de esta. El primer cuarto,
el cuarto con los colchones y el sofá, está lleno. Mi cuerpo todavía
se siente lejanamente unido a mí, torpe, como si yo fuera una
marioneta sin usar caminando por su cuenta. Tropiezo con una pareja
besándose en la oscuridad.

Antes de que pueda decir que está bien, ella se acerca y me empuja
hacia atrás.
Tropiezo contra Steve. Él me estabiliza, se inclina para susurrar en
mi oído.
-¿Estas bien, princesa? ¿Demasiadas bebidas?-
Obviamente, él no lo ha visto. O tal vez sí –pero no conoce a Angélica,
así que no le importará.

Tengo la tentación de volver atrás y buscarla, pero Steve ya me ha
empujado a otra habitación pequeña, está vacía a excepción de la
pila colmada de muebles rotos, que con el tiempo se ha roto por los
actos de vandalismo. Antes de que pueda hablar, él me aprieta contra
la pared y comienza a besarme. Puedo sentir el sudor de su pecho,
filtrándose a través de su camiseta. Él empieza a levantar mi camisa.
-Espera.- Me las arreglo para alejar mi boca de la suya. Él no responde.
Él encuentra mi boca de nuevo y desliza sus manos hacia mi caja
torácica. Trato de relajarme, pero todo lo que aparece en mi cabeza es
una imagen de los tendederos de ropa pesados con sostenes y ropa interior.
-Espera,- le digo otra vez. Esta vez lo esquivo y me las arreglo para poner
espacio entre nosotros. La música está amortiguada aquí, y vamos a ser
capaces de hablar. -Tengo que preguntarte algo.-
-Cualquier cosa que quieras.- Sus ojos todavía están en mis labios. Eso
me esta distrayendo. Me alejo de él aún más lejos.
Mi lengua de repente se siente demasiado grande en mi boca. -¿Tú
me... yo te gusto?- En el último segundo, no me atrevo a preguntarle
lo que realmente quiero saber: ¿Tú me amas? ¿Así es como se siente
el amor?
Él se ríe. -Por supuesto que me gustas, Hana.- Él extiende su mano
para tocar mi cara, pero me alejo una pulgada. Entonces, tal vez dándose
cuenta de que la conversación no sera rápida, suspira y se pasa la mano
por el pelo. -¿De todos modos, de qué se trata esto?-
-Tengo miedo,- dejo escapar. Sólo cuando lo digo es que me doy cuenta
de cuán cierto es: El miedo me está estrangulando, asfixiándome. No
sé lo que es más de aterrador: el hecho de que lo descubrí, que me veré
obligada a volver a mi vida normal, o la posibilidad de que no lo haga.
-Quiero saber lo que va a pasar con nosotros.-
De repente, Steve se pone muy quieto. -¿A qué te refieres?-, pregunta
con cautela. Ha habido una breve pausa entre canciones, y ahora la
música se pone en marcha de nuevo en la habitación de al lado,
frenética y discordante.
-Me refiero a cómo nosotros podemos...- yo trago. -Quiero decir, yo
voy a ser curada en el otoño.-
-Correcto.- Él esta mirando hacia mis lados, con desconfianza, como
si yo estuviera hablando en otro idioma y él sólo pudiera identificar
unas pocas palabras a la vez. -Igual que yo.-
-Pero entonces nosotros no...- Me desvanezco. Tengo la garganta en
un nudo. -¿No quieres estar conmigo?- Le pregunto finalmente.
En ese momento, él se suaviza. Da un paso hacia mí otra vez, y antes
de que tenga la oportunidad de relajarme, el mete sus manos en mi
cabello. -Por supuesto que quiero estar contigo,- dice, inclinándose
para susurrar las palabras en mi oído. Él huele a una mezcla de
aftershave y sudor.
Me toma un esfuerzo enorme el alejarlo. -No me refiero a aquí,- le
digo. -No quiero decir así.-
Vuelve a suspirar y da unos pasos lejos de mí. Puedo notar que he
empezado a molestarlo. -¿Cual es el problema aquí?- pregunta. Su
voz algo dura, vagamente aburrida. -¿Por qué no puedes simplemente
relajarte?
Ahí es cuando me doy cuenta. Es como si mis entrañas hubiesen sido
aspiradas y todo lo que queda es una sólida roca de certeza: Él no me
ama. Él no se preocupa por mí. Esto ha sido más que diversión para
él: un juego prohibido, como un niño tratando de robar galletas antes
de la cena. Tal vez tenía la esperanza de que lo dejara bailar en mi
ropa interior. Tal vez él tenía la intención de colocar mi sujetador al
lado de los otros, como una señal de su triunfo secreto.
Me he estado engañando todo este tiempo.
-No te molestes.- Steve debe sentir que ha hecho el movimiento
equivocado. Su voz se vuelve suave otra vez, melodiosa. Él se
acerca a mí de nuevo. -Eres tan bonita.
-No me toques..- Yo salto hacia atrás y golpeo accidentalmente
la cabeza contra la pared. Miles de estrellas explotan en mi visión.
Steve pone una mano sobre mi hombro. -Oh, mierda, Hana. ¿Estas
bien?
-Dije, que no me toques.- Lo empujo pasando a su lado, entrando
al cuarto de al lado, que ahora está tan lleno de gente que apenas
puedo abrirme paso hacia las escaleras. Oigo a Steve llamarme sólo
una vez. Después de eso, se da por vencido o su voz es ahogada
por el ondulante mar de sonido.

Lucho contra la corriente de cuerpos, que fluye fuerte hacia la ventana,
con la promesa de escapar, y me lanzo a la habitación de al lado. Es
donde yo estaba con Steve y le pregunté si me quería hace sólo cinco
minutos, aunque parecía como un sueño de hace mucho tiempo atrás.

Tampoco valía la pena –las noches de calor, sudor, dejar que Steve me
besara, bailar– todo ha ascendido a nada. Sin sentido. 


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