Entonces
—¿Haloway es tu pareja o algo?
—Volteó su tarjeta de crédito en sus
manos, como si nunca hubiera visto una.
—Esposo —espeté. Ella trasladó
sus ojos al lugar donde mi cicatriz
de procedimiento debería haber estado,
pero yo había peinado mi
cabello cuidadosamente hacia delante y
atascado un sombrero de lana
sobre mis orejas, así el cuello
completo estaba oculto.
¿Por qué use su tarjeta? Hasta este
día, no lo sé. No sé si estaba siendo
demasiado confiada, o si, por un
momento, quería pretender: pretender
que no estaba escapando, pretender que
no estaba allanada con otras
seis chicas en un sótano no terminado,
pretender que tenía un hogar y
un lugar y una pareja, como ella, como
todos debían.
Quizás ya estaba un poco cansada de la
libertad.
Dormí la mayoría del viaje de vuelta
a Portland, mis manos guardadas
en mi chaqueta y mi frente descansando
contra la ventana, y la
identificación de Conrad Haloway
ahuecada en mi palma derecha.
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