Ahora
Recuerdo que así fue cuando estaba
embarazada de Lena. Las últimas
dos semanas parecieron más largas que
el resto de los meses combinados.
Estaba tan gorda y mis tobillos tan
inflamados, me costaba solo ponerme
de pie. Pero no podía dormir, no podía
esperar, y en las horas oscuras,
después de que Rachel y mi esposo
estuvieran durmiendo, caminaba.
Recuerdo una vez me volteé y vi a
Conrad parado en la entrada. Me
observaba, y en ese momento, una cosa
sin palabras pasó entre nosotros,
una cosa que no era exactamente amor
pero estaba tan cerca que podía
creer en él a veces, quizás una clase
de entendimiento.
—Ven a la cama, Bells —fue todo lo
que dijo.
Entonces
Habían pasado seis meses completos
antes de que Comité de Evaluación
de Portland, como se llamaba en ese
entonces, decidiera que estaba lista
para ser emparejada.
No recuerdo haber recibido el Delgado
sobre conteniendo los resultado,
pero sé que estábamos fuera, en el
auto, antes de que pudiera inducirme
a abrirlo. Carol estaba con nosotras,
en el asiento de atrás.
—¿A quién obtuviste? —Seguía
diciendo. Pero yo no podía leer los
nombres, no podía que hacer que las
palabras estuvieran quieta en la
página. Las letras seguían flotando,
fluyendo fuera de los márgenes, y
cada imagen parecía una colección de
formas abstractas.
Por un minuto, pensé que estaba
perdiendo la cabeza. Hasta que llegué
a la octava pareja recomendada: Conrad
Haloway. Entonces supe que
estaba perdiendo la cabeza.
La imagen era la misma que usó para su
identificación gubernamental,
que yo aún conservaba, escondida en el
fondo del cajón de mi ropa
interior, oculta dentro de un calcetín.
Al lado de la imagen estaba la
información básica de su vida: donde
había nacido, a que escuela asistió,
sus distintos puntajes, su historial
de trabajo, detalles sobre su familia,
y su clasificación en estabilidad
sicológica y social.
Sentí una repentina urgencia, como si
mis interiores hubieran estado
apagados, polvorientos e inútiles, por
los últimos seis meses. Ahora
reaparecían todos a la vez: mi corazón
latiendo arriba en mi boca, el
pecho apretado, los pulmones
apretándose, apretándose.
—Este —dije intentando mantener la
voz calmada. Apunté, colocando
el dedo directo en su frente entre sus
ojos. La foto era en blanco y negro,
pero los recordaba perfectamente: un
castaño claro, como la piel de las
avellanas.
Mi madre se inclinó sobre mí para
mirar.
—Es un poco mayor, ¿no?
—Recién se mudó a Portland —dije—.
Ha estado al servicio del cuerpo
de ingeniería. Trabajando en las
murallas. ¿Lo ves? Eso dice.
Mi madre sonrió apretadamente.
—Bueno, es tu decisión, por
supuesto. —Se extendió y me palmeó
incómodamente la rodilla.
Carol se incline hacia el asiento de
adelante.
—No luce como un ingeniero —fue
todo lo que dijo.
Volteé mi rostro a la ventana. En el
camino a casa, me repetí su nombre
como una rima privada: Conrad, Conrad,
Conrad. Mi música secreta.
Mi esposo. Sentí que algo se aflojaba
dentro de mi pecho. Su nombre
me entibiaba. Se extendía por mi
mente, por todo mi cuerpo, hasta que
pude sentir las sílabas en la yema de
los dedos, y por todo el camino
hacia los dedos de mis pies. Conrad.
Ahí es cuando supe sin duda que la
cura no había funcionado para nada.
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