24 noviembre, 2017

C.4_Annabel 1 (Conrad & Annabel) Lauren Oliver


Ahora

Recuerdo que así fue cuando estaba embarazada de Lena. Las últimas
dos semanas parecieron más largas que el resto de los meses combinados.
Estaba tan gorda y mis tobillos tan inflamados, me costaba solo ponerme
de pie. Pero no podía dormir, no podía esperar, y en las horas oscuras,
después de que Rachel y mi esposo estuvieran durmiendo, caminaba.

Recuerdo una vez me volteé y vi a Conrad parado en la entrada. Me
observaba, y en ese momento, una cosa sin palabras pasó entre nosotros,
una cosa que no era exactamente amor pero estaba tan cerca que podía
creer en él a veces, quizás una clase de entendimiento.
—Ven a la cama, Bells —fue todo lo que dijo.





Entonces
Habían pasado seis meses completos antes de que Comité de Evaluación
de Portland, como se llamaba en ese entonces, decidiera que estaba lista
para ser emparejada.

No recuerdo haber recibido el Delgado sobre conteniendo los resultado,
pero sé que estábamos fuera, en el auto, antes de que pudiera inducirme
a abrirlo. Carol estaba con nosotras, en el asiento de atrás.
—¿A quién obtuviste? —Seguía diciendo. Pero yo no podía leer los
nombres, no podía que hacer que las palabras estuvieran quieta en la
página. Las letras seguían flotando, fluyendo fuera de los márgenes, y
cada imagen parecía una colección de formas abstractas.
Por un minuto, pensé que estaba perdiendo la cabeza. Hasta que llegué
a la octava pareja recomendada: Conrad Haloway. Entonces supe que
estaba perdiendo la cabeza.
La imagen era la misma que usó para su identificación gubernamental,
que yo aún conservaba, escondida en el fondo del cajón de mi ropa
interior, oculta dentro de un calcetín.
Al lado de la imagen estaba la información básica de su vida: donde
había nacido, a que escuela asistió, sus distintos puntajes, su historial
de trabajo, detalles sobre su familia, y su clasificación en estabilidad
sicológica y social.
Sentí una repentina urgencia, como si mis interiores hubieran estado
apagados, polvorientos e inútiles, por los últimos seis meses. Ahora
reaparecían todos a la vez: mi corazón latiendo arriba en mi boca, el
pecho apretado, los pulmones apretándose, apretándose.
—Este —dije intentando mantener la voz calmada. Apunté, colocando
el dedo directo en su frente entre sus ojos. La foto era en blanco y negro,
pero los recordaba perfectamente: un castaño claro, como la piel de las
avellanas.
Mi madre se inclinó sobre mí para mirar.
—Es un poco mayor, ¿no?
—Recién se mudó a Portland —dije—. Ha estado al servicio del cuerpo
de ingeniería. Trabajando en las murallas. ¿Lo ves? Eso dice.
Mi madre sonrió apretadamente.
—Bueno, es tu decisión, por supuesto. —Se extendió y me palmeó
incómodamente la rodilla.

Carol se incline hacia el asiento de adelante.
—No luce como un ingeniero —fue todo lo que dijo.
Volteé mi rostro a la ventana. En el camino a casa, me repetí su nombre
como una rima privada: Conrad, Conrad, Conrad. Mi música secreta.
Mi esposo. Sentí que algo se aflojaba dentro de mi pecho. Su nombre
me entibiaba. Se extendía por mi mente, por todo mi cuerpo, hasta que
pude sentir las sílabas en la yema de los dedos, y por todo el camino
hacia los dedos de mis pies. Conrad.
Ahí es cuando supe sin duda que la cura no había funcionado para nada. 


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